Dicen que el tiempo todo lo cura, que cierra cicatrices del pasado. Japón ya se ha resarcido de grandes desastres en los últimos 100 años: las bombas nucleares, los terremotos de Kanto(1923) y Kobe (1995), el ataque terrorista con gas sarín en el metro de Tokio (también en 1995), son la muestra más reciente de estas ganas de mirar hacia adelante del pueblo nipón.
El tsunami, consecuencia directa del terremoto de 9,1 grados en la escala Richter, dejó a su paso un escenario desolador de muerte y destrucción. La región del norte de la isla de Honshu, la región de Tohoku, fue la más castigada. Las prefecturas de Chiba, Ibaraki, Miyagi, Fukushima entre otras se llevaron la peor parte. Sin duda esta última.
La central nuclear de Fukushima Daiichi quedó gravemente dañada por el tsunami , provocando la mayor catástrofe atómica desde Chernóbil. Los efectos del desastre siguen presentes un año después. Se mantiene un radio de evacuación de 20 kilómetros alrededor de la central. Los baremos de contaminación en alimentos se han disparado en los cultivos de la zona, poniendo en peligro la seguridad de centenares de miles de japoneses y multitud de familias ven con pesar que nunca podrán volver a sus hogares.
Todo Japón se plantea la misma pregunta: ¿Y ahora qué? ¿Qué va a pasar con el futuro nuclear del país?
En el último año las manifestaciones en contra de la energía nuclear se han intensificado. La mala gestión del incidente nuclear por parte de TEPCO, compañía eléctrica encargada de Fukushima Daiichi, juntamente con la toma de decisiones poco acertadas desde el ejecutivo de Naoto Kan han conseguido que el pueblo japonés alce la voz.
La geografía física de Japón lo convierte en un país deficitario en energía eléctrica. Antes del fatídico incidente Japón era el tercer país que mayor uso hacia de la energía nuclear , a través de los 54 reactores repartidos por todo el archipiélago. En la actualidad sólo dos de ellos siguen en pleno funcionamiento y desde el nuevo gobierno de Yoshihiko Noda se ha puesto en marcha una hoja de ruta que permitirá desmantelar todas las centrales del país en un plazo de 50 años.
Todas estas medidas, presentadas por los organismos de poder japonés parecen no satisfacer a una sociedad históricamente poco combatiente desde el punto de vista social, a veces incluso sumisa, y que ahora quiere hacerse oír.
Muchos interrogantes siguen encima de la mesa y aún se desconoce la forma en que Japón abastecerá de energía sus ciudades, si terminase por descartar definitivamente la energía nuclear. Un país ávido de electricidad, motor principal de su industria, y también de luz, con los neones, que se han convertido en símbolos de una sociedad que, un año después, sólo busca seguir adelante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario