Si, por regla general, los kanji se utilizan para escribir los nombres propios y las raíces de los verbos, sustantivos y adjetivos, el hiragana se usa para representar los morfemas, las desinencias y las partículas gramaticales, como las preposiciones o el interrogativo ka.
Por su parte, el katakana se emplea para transcribir palabras extranjeras, desde topónimos y nombres de personas hasta términos especializados o científicos. Equivadría, salvando todas las diferencias, al uso de la cursiva en castellano para escribir términos en inglés o en francés, por ejemplo. En cuanto a su aspecto gráfico, ambos silabarios se distinguen con facilidad: el trazo del hiragana es curvo y algo inclinado y el del katakana, anguloso y algo más recto.
Ambos kana representan sílabas completas, y no letras independientes, de manera que sólo existen unas cincuenta combinaciones fonéticas posibles, incluidas las vocales. Una transcripción de palabras extranjeras mediante katakana puede tener un resultado casi irreconocible: aunque el significado de tabako y pan sea fácilmente identificable, no es fácil adivinar el de pasokon (ordenador personal, del inglés personal computer) o de eakon (aire acondicionado, del inglés air conditioning).
La memorización parece ser la única manera de enfrentarse a las extravagancias de la escritura nipona y dominarla requiere de largos años de dedicación. Por fortuna, es más fácil adquirir algunos principios de japonés hablado, que proporcionarán más sentido a un posterior estudio de su escritura.
¡Suerte a todos aquellos que, como yo, estéis inmersos en esta fascinante aventura del japonés escrito!
es muy chulo
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