Señor –replicó Kadzutoyo,
sin temer el brillante filo del acero-,
Vos, al igual que mi vasallo, no lo comprendéis. Tengo el don de ver ciertos
misterios y le aseguro que no soy culpable del terrible crimen que suponéis. He
sido fiel al código del samurái. La jovena la que he decapitado no era una
criatura mortal. Id mañana con vuestros vasallos al escenario de este suceso.
Si allí encontráis el cuerpo sin vida de una joven, no tendréis que quitarme la
vida pues yo mismo lo haré.
Por la mañana temprano, cuando el sol apenas asomaba en el
horizonte, el padre de Kadzutoyo y sus vasallo se pusieron en marcha. Cuando
llegaron al lugar de la tragedia sólo encontraron el cuerpo sin cabeza de un
enorme tejón. Cuando el padre regresó a la casa, le preguntó a su hijo: ¿Cómo puede ser que, donde tu vasallo veía
una bella doncella, tu vieras un tejón?
Señor –respondió el
joven Kadzutoyo-, la criatura que yo vi
anoche también era una mucacha, pero su hermosura era demasiado extraña, no era
la belleza de las mujeres terrenales. Además, aunque llovía mucho, me fijé en
que sus ropas no se mojaban así que supuse que debía tratarse de algún ser
maligno que había asumido forma de una bella joven para encantarnos con su
embrujo y robarnos el pescado.
El anciano pare, que era príncipe de la región de Tosa,
sintió una profunda admiración por la inteligencia de si hijo. Viendo que era
un joven prudente y previsor, decidió abdicar para que Kadzutoyo ocupase su
lugar.
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