Llegó el día. Por fin se estrenó en los cines
de todo Japón la nueva película de animación de Bola de Dragón llamada Dragon Ball: La Batalla de los Dioses
(ドラゴンボール神と神). Ir al cine en este país es
siempre una aventura y en mi caso toda una odisea. Una hora y media de camino y
dos autobuses urbanos es lo que separaban mi actual residencia, en el campus de
la Universidad de Miyazaki, de la sala de cine más cercana donde se proyectaba
la película. Los domingos en Japón acostumbran a ser el día en el que la
familia goza de unas horas de ocio y esto, en la mayoría de casos, se traduce
en ir a los centros comerciales donde se puede hacer de todo. Los restaurantes
a rebosar, dependientes al acecho del cliente gritando las bondades de sus
establecimientos y el run run
incesante de los más pequeños formaban una estampa que seguramente se repetía
en centenares y miles de lugares en todo el país. Pero centrémonos en el
estreno.
Decir que personalmente soy un gran fan de las
aventuras de Son Gokû y sus amigos. Muchos de los recuerdos de mi infancia me
llevan al salón de mi casa, delante de la tele, esperando a que empezara la serie
creada por Akira Toriyama allí por 1986 (el manga se había empezado a
publicar dos años antes en la revista semanal Shonen Jump y siguió así hasta su
conclusión en 1995). Después de las decepciones de sus antecesoras,
películas interpretadas por actores de carne y hueso que no hicieron más que
dañar la imagen de la serie, el público estaba expectante para disfrutar de
nuevo de sus héroes en la gran pantalla, en una producción animada y mimada frame por frame.
La sala del cine llena, se apagan las luces y empiezan
a sonar los primeros acordes de la ya mítica Cha-La-Head-Cha-La (para aquellos que no la conozcan se trata del opening de Dragon Ball Z interpretado por el compositor Hironobu Kageyama) haciendo
que gran parte del público nos levantáramos de nuestros asientos para aplaudir
(una imagen difícil de ver en un país que respeta a rajatabla el protocolo que
debe seguirse en cada uno de los actos públicos, otorgando protagonismo nulo a
la improvisación y expresión de los sentimientos).
Pero hablemos de la película. Empezando por el
argumento y sin desvelar ningún secreto.
Los
acontecimientos nos sitúan años después de la derrota de Majin Buu, justo antes
del nacimiento de Pan, hija de Son Gohan y Videl y nieta de Son Gokû. En las
primeras escenas vemos aparecer un nuevo personaje y enemigo principal de la contienda de nombre
Bills. Una especie de Dios de la Destrucción, situado por encima incluso del mismísimo Kaiôshin, que después
de un letargo de 39 años despierta excitado por los rumores de la aparición de
un nuevo contrincante excepcional con quien batirse para seguir manteniendo la
hegemonía en el universo: el llamado Dios
de los Supersayajin.
Sin conocerlo, ni saber nada sobre él, se dirige al
encuentro de los últimos Sayajins existentes topándose con Son Gokû quién desobedeciendo al Dios Kaiô del Norte le reta en combate. Goku recurre al nivel 3 de fuerza del Supersayajin
pero no es suficiente y es derrotado. Bills, decepcionado con la fuerza del
guerrero que derrotó al amo y señor de la Galaxia, Freezer, se dirige a la tierra en busca de Vegeta quién se encuentra reunido
con todos los amigos celebrando el cumpleaños de su mujer, Bulma (así descubriremos
que Bulma cumple 38 años desvelando uno de los muchos secretos de la serie).
Las batallas se suceden y nadie es capaz de plantar cara al Dios de la
Destrucción, quién está dispuesto a destruir la tierra si no encuentra a su
oponente. Finalmente será el dragón Shenron quién desvele el secreto del Dios
de los Super Sayajin. La unión de seis Sayajin de corazón puro creará un ser
capaz de vencer a cualquiera en este universo. Así con la ayuda de Gohan,
Vegeta, Trunks, Goten y finalmente Videl (embarazada de Pan) logran que Gokû se
convierta en el guerrero supremo. Envuelto en un aura rojiza y en su estado
natural Gokû emprende la última de las batallas para salvar la tierra, una vez
más, de su destrucción. ¿Lo conseguirá?
Durante el
largometraje veremos aparecer a todos los personajes que hicieron mundialmente
famosa la obra de Toriyama (incluso haran acto de presencia Pilaf y sus
secuaces). Aún así, cabe decir, que su papel en la trama principal será mínimo,
relegados a alguna que otra escena de lucha o para hacernos soltar una
carcajada. Visualmente se trata de una de las producciones más destacadas de la
saga, teniendo en cuenta los tiempos que corren dentro del mundo de la
animación. Además el espectador será obsequiado por algunas escenas con gran profundidad
de campo, cercanas a una incipiente tridimensionalidad, que le dan a la
película un aire más moderno y fresco. A nivel argumental la cinta no aporta
nada nuevo al universo Dragon Ball y personalmente esperaba mucho más de un
guión que no será recordado por su originalidad. Aún así, y sin llegar al nivel
de algunas de las películas anteriores, se trata, sin duda, de un inmejorable
homenaje al manga creado por Akira Toriyama y una vuelta a los orígenes de la
serie.
Disfrutar en
pantalla grande y casi en primicia de una nueva aventura de Son Gokû y sus
amigos a cumplido con creces todas mis expectativas. Animo a todo aquél que
tenga la oportunidad de ver la película, seguro
que no os defraudará.