viernes, 28 de mayo de 2010

Tokio Blues: la piedra angular de Haruki Murakami (2)

Y seguimos con la historia de Tokio Blues.

Los dilemas internos de Toru Watanabe se acompañan en la novela con una descripción detallada de su día a día: sus experiencias en la residencia con las historias de su compañero de piso Tropa-de-Asalto y la aparente complicidad con Nagasawa, sus paseos por la ciudad, las clases en la universidad con Midori, lo que come, lee y la música que escucha, su relación con la naturaleza a través de unas descripciones detalladas y precisas, sus necesidades y encuentros sexuales, las visitas a Naoko al internado de Kioto donde conocerá a Reiko y los ratos felices pasados junto a Midori… Pedazos de la vida en la capital nipona de finales de los años 60 que pondrán al lector en conocimiento de los aspectos socioculturales de la época: peinados, forma de vestir, ideologías, movimientos estudiantiles y todo a través de los personajes que rodean al protagonista.



Tokio Blues es un relato ligado a la muerte y a los sentimientos que esta desprende en el corazón de sus protagonistas. Una historia, que a su vez pretende trasmitir al lector la madurez que se adquiere cuando uno se enfrenta con el final de la vida, con la pérdida y con la imposibilidad de permanecer. En esta novela, más que en ninguna otra, Murakami es capaz de describir los eventos más cotidianos con una sensibilidad sorprendente, que los hace parecer excepcionales al contraponerlos a su inminente desaparición. Tanto el narrador como los personajes femeninos son memorables. Gracias a Naoko y a Midori, Toru Watanabe será capaz de descubrir la ternura y la fragilidad, pero también la fuerza, la vitalidad y la pasión por vivir.

Con sus personajes, Haruki Murakami sugiere que no sólo es posible distraerse o resignarse al dolor de la existencia. A medida que se suceden los acontecimientos, el protagonista se dará cuenta de que ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar el vacío provocado por la pérdida de un ser querido. Lo único que le queda es cruzar ese dolor esperando aprender algo de él, siendo consciente que todo lo que uno haya aprendido será en vano la próxima vez que la tristeza haga acto de presencia. De esta forma Watanabe decide aceptar el dolor y la muerte como parte de la vida.

lunes, 24 de mayo de 2010

Tokio Blues: la piedra angular de Haruki Murakami (1)

Quizas no sea el lugar más adecuado pero me gustaría dedicar el post de hoy a mi novela favorita, Tokio Blues.

Tokio Blues (Norwegian Wood - 1987) es, sin lugar a dudas, la obra cumbre de Haruki Murakami. Tan solo en Japón vendió 4 millones de ejemplares convirtiéndose así en uno de los personajes más conocidos del país a finales de los años ochenta. Se había convertido en un ídolo para la gente joven, pero sus lectores habituales recibieron la obra con frialdad. Acostumbrados a una prosa mucho más enérgica, acompañada de elementos fantásticos y sobrenaturales como El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, vieron en Tokio Blues una desviación non grata de su estilo. La prensa empezó a asediar día y noche a un Murakami que, si ya de por sí tenía un carácter introvertido, a partir de ese momento decidió encerrarse en su casa. Apenas salía y cuando lo hacía era para practicar su gran afición, el atletismo. La presión social generada a partir de la publicación de esta obra tuvo como consecuencia el abandono del país por parte de Haruki Murakami, quién decidió pasar unos años de su vida entre Europa y Estados Unidos. En este periplo fuera de su país natal el autor pudo relajarse y escribir varias obras: El elefante desaparece (1993), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1995), Baila Baila Baila (1998), Al Sur de la frontera, al este del Sol (1999) y Sputnik, mi amor (1999).

Centrándonos ya en la historia o argumento de Tokyo Blues esta nos presenta un hilo argumental aparentemente sencillo, algunos incluso podrían tacharlo de predecible. Después de unas primeras páginas un tanto desconcertantes, donde encontramos a los dos protagonistas, Toru Watanabe y Naoko, andando y hablando por un paraje verde la historia nos sitúa en el Japón de finales de los años 60. Toru Watanabe, el protagonista, será quién nos cuente, a modo de flashback, sus primeros años de universidad y el paso a la vida adulta en el Tokio de la época. Un universitario que, pasado ya un año del suicidio de su mejor y único amigo de la infancia, Kizuki, se reencuentra por casualidad con la que fuera novia de este, Naoko.



Empieza así una relación de amistad/amor/atracción que, al poco tiempo, se verá truncada debido a los graves problemas psicológicos de la chica. Sin saber cómo, sumido en la tristeza y la confusión provocadas por la marcha repentina de su reencontrada amiga de la infancia, Watanabe es arrastrado a un aspiral de sexo sin sentido incentivado por la relación mantenida con Nagasawa, único “amigo” en la residencia de estudiantes. Esta nueva vida sin Naoko sume en la desesperación al protagonista, que utilizará el sexo como escusa para sentirse vivo hasta que un día se cruce en su camino Midori, compañera suya en una de las clases de teatro de la universidad. Una chica guapa, atrevida, vital y con cierto pesar en sus espaldas, que ofrecerá a esta historia llena de soledad unos diálogos sin igual y las gotas de humor necesarias. Una chica que terminará enamorando al protagonista, aturdiéndole aún más y acrecentando la gran disyuntiva de la novela: ¿Esperar a la recuperación de Naoko o mejor apostar por un futuro seguro junto a Midori?

En el próximo artículo seguiré comentando un poco más la novela. Nos vemos!

viernes, 21 de mayo de 2010

Máquinas expendedoras para dar y vender

Cuando uno viaja a Japón, más concretamente a Tokio, una de las cosas que más sorprenden es la cantidad de maquinas expendedoras que existe. Realmente se desconoce su número exacto, pero algunos afirman que existen unos 20 millones de unidades en todo el país. Se incorporaron al paisaje tokiota en 1926, cuando aparecieron por primera vez en las estaciones de Tokio y Ueno. Por lo general, predomina la venta de bebidas ya que los japoneses son ávidos consumidores de café y toda clase de té envasado así como de bebidas refrescantes durante el verano o bebidas calientes de cacao en invierno. El clima de Japón también influyó a la hora de decidir ubicar estos artilugios, con calores extremadamente bochornosos en verano y temperaturas extremadamente frías en invierno.



Pero no solo de bebidas vive el hombre y pronto empezaron a proliferar otro tipo de ingenios que podían vender desde máquinas fotográficas desechables, baterías, discos compactos, camisetas, entradas para el cine e incluso maquinillas de afeitar, corbatas para los salaryman despistados o champú. En caso de no tener tiempo para entrar en un restaurante el viandante puede encontrar también algunas expendedoras de comida para solventar la papeleta: fideos calientes, una bolsa de arroz, huevo, verdura o sopa miso, todo con tan solo pulsar un botón.

A diferencia de tantos otros países, las máquinas de venta automáticas están, por regla general, a salvo del interés de los delincuentes; aunque parece que el aumento reciente de actos vandálicos y el uso de monedas coreanas, sustituto de la pieza de 100 yenes, hacen que ya no sean del todo inexpugnables. Las máquinas que expenden alcohol o tabaco, en un acto de civismo y protección de la moral pública, se desconectan automáticamente entre las 23:00 y las 5:00 horas y algunas de estas están situadas en lugares donde en otros países levantarían una tormenta de críticas véase escuelas de primaria y secundaria, nadie se queja.

Japón tiene fama de ser uno de los países más limpios del mundo. No se permite fumar por la calle, las aceras están limpias de cualquier tipo de basura, no existen apenas papeleras y todo relacionado con la conciencia social existente en la mente de los japoneses. Para seguir con el ejemplo se inventaron las máquinas respetuosas con el medioambiente o “ecovenders”, que disponen de mecanismos autorregulados de reciclaje que reducen los costes de refrigeración y los residuos.



No faltan opciones más audaces, como la venta de artilugios sexuales, revistas pornográficas y en los últimos años han proliferado las máquinas expendedoras de ropa interior usada de jovencitas que harán las delicias de los nipones más fetichistas. El fetichismo en este caso no está reñido con la higiene y es que cada par de braguitas, a la venta por precios que oscilan entre los 3.000 y los 5.000 yenes, se expande lavado en seco y en bolsas selladas al vacío para fomentar el dogma sagrado japonés de la limpieza. Además, las máquinas de material anticonceptivo le venden a uno preservativos según su grupo sanguíneo, marca indeleble de personalidad.

Máquinas expendedoras para todo tipo de consumidores que sacarán a más de uno de un apuro. Esto es Japón, un país que exige soluciones prácticas para cualquier tipo de situación.

sábado, 15 de mayo de 2010

Hachiko

Madrid tiene la Puerta del Sol, Barcelona Plaça Catalunya y Tokio tiene a Hachiko. La pequeña estatua de este Akita de pedigrí situada en el barrio de Shibuya se ha convertido desde hace años en el punto de encuentro más popular entre la juventud tokiota. Encontrarla es fácil, ya que se erige en un lado de la plaza frente a la salida norte de la estación de Shibuya y los días de fiesta por la tarde, está cercada por multitud de chicos y chicas que esperan pacientes a que lleguen sus citas. La historia de este pequeño perro caló muy hondo en el corazón de los habitantes de la capital y es por eso que, a día de hoy, sería complicado encontrar a alguien que no estuviera familiarizado con ella.

Hachiko acompañaba cada día a su dueño, Ueda Eisaburo, a la Universidad Imperial de Tokio donde trabajaba de profesor. El perro, paciente, esperaba cada día horas y horas hasta que su amo saliera de su jornada laboral pero un día de primavera de 1925 el profesor sufrió un ataque al corazón mientras impartía clases. Impertérrito, el perro siguió acudiendo fiel a su cita diaria, a esperar a su amo, a pesar de que sus familiares lo habían trasladado a un nuevo hogar cerca del parque Yoyogi. Los viandantes se acostumbraron a la simpática presencia de Hachiko y, después de que el rotatitvo Asahi Shinbun publicara la historia en 1932, la fama del canino como símbolo de una lealtad casi samurái quedó perpetuada con una estatua de bronce en 19 inaugurada en presencia del desconcertado animal. Cuando el perro murió, con 13 años de edad, la responsabilidad de su imagen pasó a manos de los taxidermistas. Hachiko fue disecado con gran habilidad y a día de hoy puede verse en una urna del Museo Nacional de la Ciencia de Tokio.



La popularidad de la historia está a la par de la de la estatua, que como se ha apuntado constituye uno de los puntos de encuentro más concurridos de la ciudad. Tanto es así que, a menudo, es imposible encontrar a la persona citada entre la multitud que espera paciente divisar a quienes les ha prometido, quizás con un exceso de optimismo, encontrarse allí un sábado por la tarde. Cada 8 de abril se celebra una ceremonia especial en memoria de Hachiko