El incienso, que supuestamente desagrada a los malos espíritus, permea el aire allí por donde prevalece el Budismo, en el templo, el altar particular o en el cementerio.
El incienso llego al archipiélago nipón con la introducción del pensamiento iniciado por Siddhartha Gautama, el Budismo, a través de la China y Corea en el siglo VI.
Durante la era Heian (794-1185), sus connotaciones religiosas y funerarias se complementaron con el disfrute y placer de su aroma. Ofrecido a emperadores y clérigos, los pedazos de la preciada madera están expuestos en las salas del tesoro de los templos. Los aristócratas de la época Heian lo coleccionaban y organizaban fiestas kokai (fiestas del incienso) con el objetivo de adivinar su procedencia mientras éste quemaba, un juego refinado desarrollado según una estricta etiqueta.
El shogun (jefe militar) Ashikaga Yoshimasa (1435-1490) llegó a coleccionar la friolera de 103 variedades de incienso a las que puso nombre.
Aunque el culto al incienso desapareció con el final del Shogunato Tokugawa (1603-1868), hoy todavía quedan devotos del kodo, el camino del incienso
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