En Tokio, los periódicos informan que la flor se encuentra en un estado de sanbu zaki (abierta en un 30%) o gobu zaki (50%). El momento más apreciado es el shichibu zaki (abierta en un 70%), cuando se celebra el hanami.
El parque de Ueno, en la capital, es el lugar más famoso para esta celebración, alberga más de mil cerezos y atrae a casi un cuarto de millón de celebrantes diarios. Se trata de una de las ocasiones en las que los japoneses se muestran más abiertos y receptivos: grandes banquetes, las mujeres bailan con sus quimonos, las cámaras no dejan de tomar fotografías y en el lugar más inesperado aparece un equipo portátil de karaoke.
La muchedumbre produce un ensordecedor alboroto, bien regado de sake (licor de arroz fermentado) y cerveza por bullicioso grupos que compiten entre sí. A pesar de los ingentes montículos de desperdicios, a nadie se le ocurre arrancar alguna flor de cerezo, y mucho menos subirse a los árboles.
Los festejos se prolongan durante una semana, pero los puristas sostienen que el punto álgido del florecimiento no dura más de tres días, y algunos expertos se lanzan a la búsqueda de otras raras variedades del árbol, como los cerezos silvestres del jardín de Hama Rikyu o las flores gemelas que brotan en el parque de Shinjuku Gyoen.
El insuperable final del hanami tiene lugar cuando la brisa desprende una ráfaga de pétalos, o hanafubuki, que cubren el suelo formando una alfombra de de flores rojiblancas.
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