Japón es un país proclive a sufrir los “ataques” procedentes de la madre naturaleza. Los terremotos son constantes (el archipiélago está situado encima de un numeroso grupo de placas tectónicas), los tsunamis azotan la costa del pacífico (sin ir más lejos el terremoto y posterior tsunami del pasado 11 de marzo) y las fuertes lluvias estivales vienen acompañadas de tifones.
Los incendios son un caso aparte. Muchas veces provocados accidentalmente han devastado ciudades enteras y causado millares de víctimas a lo largo de la historia del país asiático.
De los muchos incendios que asolaron Edo, el peor fue el Meireki de 1657. También es conocido como ふりそでの火事(Furisode-no-kaji), el incendio de la manga larga. La leyenda lo atribuye al furisode (kimono de manga larga) de una chica que se consumió víctima de un amor no correspondido. El kimono, donado a un templo tras su muerte, fue vendido a otra muchacha, que contrajo una misteriosa enfermedad y murió, algo que se repitió en tres ocasiones más.
Los sacerdotes, tras los siniestros sucesos, echaron el furisode a un brasero, pero al prender, una ráfaga de viento lo arrojó contra el templo, que empezó a arder provocando un incendio que destruyó casi toda la ciudad y causó la muerte de más de 100.000 personas
No hay comentarios:
Publicar un comentario