La jardinería japonesa, un arte ya consagrado, se remonta a los siglos VI y VII d.C cuando fue introducida desde China y Corea. El equilibrio entre belleza natural y la artificial, con la montaña y el agua como iconos arquetípicos, son los principios que conforman la esencia de la jardinería tradicional.
Los jardines japoneses, que combinan con primor estanques, arroyos saltarines, lirios y rocas cubiertas de musgo, son objetos para la plácida contemplación que se diseñan con sumo cuidado y en los que cada estación proporciona una perspectiva exclusiva de sus elementos.
El máximo esplendor de los jardines japoneses, al igual que el de tantas otras artes formales del país nipón, se dio en el fértil clima económico y cultural de la antigua capital imperial, Kioto. En esencia, se distinguen tres clases de jardines: jardines de paseo, jardines con estanque y los denominados jardines “planos”. Dentro de esta última categoría, el Karesansui, o jardín de paisaje seco, es el mejor ejemplo de jardín de estilo zen.
Los conceptos de un espacio cerrado y de la búsqueda de las dimensiones ilimitadas que se dan dentro de lo infinitamente pequeño se hallan en la raíz de los Kanshi-niwa, o jardines de contemplación, concebidos como medios para desarrollar la meditación y como auténticas obras de arte.
Enmarcados, como si de un cuadro se tratara, en pequeños claustros, pretenden ser una especie de obra pictórica que cambiase en función de las estaciones y las características de la luz.
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