El día siguiente del nacimiento del monte Fuji, un hombre muy pobre llamado Yurine, que vivía cerca de la montaña, se puso enfermo. Yurine sabía que sus días estaban contados y, antes de morir, deseaba más que nada beber una taza de sake. Desgraciadamente, en la pobre cabaña donde transcurrían sus últimos días no había sake así que su hijo, Koyuri, quién solo deseaba satisfacer a su padre moribundo, cogió su cantimplora y se puso en marcha para buscar la deseada bebida.
Caminó un tiempo a lo largo de la playa hasta que se encontró con dos criaturas de aspecto extraño, de largas melenas rojizas y piel rosada como la flor del cerezo. Llevaban alrededor de la cintura un fajín verdoso realizado con algas marinas. Koyuri se acercó un poco más y comprobó que estaban bebiendo sake de grandes tazas planas y, continuamente, las rellenaban con el contenido de una jarra de piedra.
Mi padre se está muriendo –dijo el muchacho-, y su último deseo es tomar una taza de sake antes de abandonar este mundo. Pero somos pobres y no sé cómo puedo hacer posible su deseo.
Llenaré tu cantimplora con este sake blanco, respondió una de las criaturas. Así lo hizo y Koyuri corrió a llevarle el sake a su padre. El anciano bebió gustoso el preciado líquido. Tráeme más –dijo-, pues éste no es sake normal. Me ha dado fuerza y siento que la vida vuelve a correr por mis viejas venas.
Koyuri regresó a la playa donde las criaturas de pelo rojizo le entregaron más sake: le dieron bebida para cinco días, transcurridos los cuales Yurine estaba completamente recuperado de su enfermedad.
Historia sacada de Mitos y Leyendas de Japón de F. Hadland David
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