Koyuri y Mamikiko caminaron por la playa hasta llegar al lugar donde las criaturas de pelo rojo estaban bebiendo. Cuando Koyuri la vio comenzó a llorar. ¿Por qué lloras? –preguntaron-. ¿Acaso tu padre no bebió todo el sake que te dimos?
No –respondió el muchacho-, la desgracia ha llamado a mi puerta. Este hombre que me acompaña, Mamikiko, tomó un trago de sake, lo escupió y tiró el resto. Dice que le he gastado una broma y que he metido agua sucia en la cantimplora. Si fuerais tan amables de darme un poco más de sake para mi padre…”
Los seres de pelo rojo rellenaron la cantimplora del muchacho mientras se reían entre dientes de la experiencia de Mamikiko. Yo también quiero una taza de sake. ¿Me daréis un poco?, preguntó este.
Los seres rosados accedieron y el avaricioso Mamakiko cogió la taza más grande que pudo encontrar, la llenó de sake y aspiró el delicioso olor del preciado líquido con una sonrisa en los labios. Pero en cuanto tragó la bebida, tuvo asco y vomitó.
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