La actividad volcánica y el movimiento de las placas tectónicas convierten Japón en un país especialmente proclive a los terremotos. De hecho, en el archipiélago se registran hasta 2.000 terremotos anuales, muchos de ellos tan pequeños que sólo los notan los sismógrafos.
Con lecturas superiores a 8 grados en la escala de Richter, temblores como el Gran Terremoto de Kanto del 1923, el que castigó a Kobe en 1995 o el último y más catastrófico con 9,1 grados que provocó la muerte de más de 15.000 personas y un tragedia nuclear, en la prefectura de Fukushima, de magnitudes nunca vistas.
La llanura de Kanto es un lugar especialmente vulnerable. Durante siglos, la región de Tokio-Yokohama sufrió importantes más o menos cada 70 años.
Los seísmos de gran intensidad en el mar desencadenan los tsunamis, maremotos de colosales olas sísmicas que al llegar a tierra lo arrasan todo a su paso como ocurrió el pasado 11 de marzo. Kamakura también sufrió la ira de la naturaleza y fue destruida por un tsunami en 1495 y otro golpeó la isla de Okushiri-to, frente a Hokkaido.
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