Mamikiko enfadado reprendió a las criaturas por su comportamiento, pero uno de ellos habló: Evidentemente aún no te has dado cuenta de que soy un Shôjô y que vivo cerca del palacio del dragón del Mar. Cuando supe de la portentosa aparición del monte Fuji quise venir hasta aquí para observar el milagro con mis propios ojos pues sé que un suceso de tal magnitud sólo puede presagiar la prosperidad y la perpetuidad de Japón. Mientras disfrutaba de toda esta belleza, apareció Koyuri y tuve la suerte de poder salvar la vida de su padre entregándole un poco de sake sagrado que devuelve la salud y la longevidad a los hombres y que, a nosotros los Shôjo, nos hace inmortales. Como el padre de Koyuri es un hombre bueno y honrado el sake ejerce sobre él todas sus bondades; sin embargo, en ti y en quienes como tú son tacaños y egoístas, el sake es como un veneno.
¿Veneno? –aulló Mamikiko desesperado- ¡Buen Shôjô, apiádate de mí y sálvame la vida¡ El Shôjô le entregó unos polvos diciendo: Tómate esto con sake y arrepiéntete de tu maldad. Mamikiko hizo lo que el Shôjo le había dicho y comprobó que el sake le sabía ahora delicioso.
Se hizo muy amigo de Yurine y años después se fueron juntos a vivir al pie del monte Fuji, donde se dedicaron a destilar sake blanco del Shôjô y allí vivieron durante trescientos años.
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