Hidesato cogió una flecha y disparó su arco. La flecha atravesó la oscura noche y se clavó en la cabeza del ciempiés pero se desprendió rápidamente sin infringir ningún daño. El guerrero, lanzó una flecha que, de nuevo, siguió sin infligir ningún daño al monstruo. A Hidesato sólo le quedaba una flecha y, al recordar el efecto mágico de la saliva humana, lamió la punta de la flecha y apuntó con su arco. Esta vez la flecha dio en el blanco y se clavó en el cerebro del monstruo, que quedó inmóvil. La luz de sus ojos y de sus patas se fue apagando y la oscuridad inundó el lago Biwa y el palacio. Resonaron truenos y los relámpagos iluminaron el cielo y, por un momento, pareció que el palacio del rey Dragón se iba a venir abajo.
Al día siguiente la tormenta había amainado, el sol relucía en el cielo y el cuerpo sin vida del ciempiés flotaba en la superficie azulada del lago.
El rey Dragón y los suyos se regocijaron ante la destrucción de su terrible enemigo. Hidesato fue agasajado con un gran banquete, más lujoso aún que el anterior. Cuando llegó la hora de su partida, se puso en marcha acompañado por una comitiva de peces transformados en hombres. El rey Dragón le entregó cinco valiosos regalos: dos campanas, una bolsa de arroz, un rollo de seda y una olla y luego acompañó a Hidesato hasta el puente donde se despidió de él y de sus sirvientes.
Al cabo de un tiempo Hidesato llegó a su casa y, en cuanto los sirvientes del rey Dragón depositaron los presentes en el suelo, desaparecieron. No se trataba de regalos ordinarios. La bolsa de arroz no se agotaba nunca, el rollo de seda jamás llegaba a su fin y la olla no necesitaba fuego para cocinar. Únicamente las campanas carecían de poderes mágicos y Hidesato decidió entregarlas como ofrenda a un templo de su aldea. Nuestro héroe se convirtió en un hombre muy rico y su fama alcanzó todos los rincones del país. La gente dejó de llamarle Hidesato y empezó a ser conocido como Twara Toda, Mi señor de la bolsa de arroz.