Continuemos con la historia de Hôichi
Una vez finalizada la actuación, la mujer que había guiado a Hôichi le informó que su señor había quedado impresionado y deseaba escucharle las seis noches siguientes. “El vasallo que te ha ido a buscar esta noche te recogerá mañana en el templo a la misma hora. Debes guardar estas visitas en secreto. Ahora vuelve a tu hogar”.
A la noche siguiente, Hôichi acudió a su cita y nuevamente entretuvo a su audiencia con gran éxito. Pero en esta ocasión su ausencia llamó la atención de sus compañeros sacerdotes. Al regresar, uno de sus compañeros le preguntó donde había estado pero él evadió las preguntas y solo respondió que estuvo fuera por motivos personales. Las reticencias de Hôichi hicieron creer a sus compañeros que algo le sucedía y empezaron a pensar que los malos espíritus habían angustiado al sacerdote ciego. A partir de ese momento se acordó vigilar a Hôichi de cerca y, si durante la noche abandonaba el templo, los sirvientes le seguirían.
Una noche más Hôichi salió de su habitación. Los sirvientes se apresuraron a encender linternas de papel para seguirle, tal y como se les había ordenado. Pero a pesar de andar rápidamente y buscarle por todas partes, no encontraron ni rastro del sacerdote ciego. No obstante, cuando estaban de regreso, se sobresaltaron al escuchar el sonido de un biwa en el cementerio del templo y al entrar en el siniestro lugar pudieron divisar a Hôichi. Estaba sentado en la tumba de Antoku Tenno, el emperador niño, y tocaba mientras cantaba la historia de la batalla de Dan-no-ura. Alrededor del sacerdote brillaban misteriosos fuegos, como una gran reunión de llamas trémulas.
“!Hôichi¡, ¡Hôichi¡ -gritaron- ¡Deja de tocar¡ ¡Estas hechizado, Hôichi¡” Pero el sacerdote ciego prosiguió tocando y cantando, cautivado por un sueño misterioso y siniestro. Así que los sirvientes decidieron recurrir a medios más drásticos. Le agitaron bruscamente y le gritaron: “!Hôichi¡, vuelve con nosotros ahora!” El sacerdote los reprendió diciendo que semejante interrupción no sería aceptada por la noble asamblea reunida para escucharle. Los sirvientes, sin dudar, arrastraron a Hôichi contra su voluntad y lo llevaron al templo.
Informado de lo sucedido, el sacerdote compañero de Hôichi estaba muy enfadado con su amigo y le exigió una explicación. Hôichi, tras vencer las dudas, relató lo que había ocurrido y, cuando finlizó, su compañero replicó: “!Pobre amigo mío¡ Deberías habérmelo contado antes. No has estado visitando la mansión de ningún señor. Has estado en el cementerio, sentado en la tumba de Antoku Tenno. Tu gran talento ha despertado la curiosidad de los fantasmas del clan Taira. Hôichi, corres un grave peligro pues si obedeces a estos espíritus, acabarás bajo su poder y tarde o temprano te matarán. Por desgracia esta noche tengo que salir a celebrar un servicio religioso, pero antes de partir encargaré a alguien la tarea de escribir sobre tu cuerpo los textos sagrados”. Antes de la llegada de la noche, un acólito escribió los ideogramas del sutra Hannya-Shin-Kyô en la cabeza, en el pecho, la espalda, la cara, el cuello, los brazos, las piernas, los pies incluso en la planta de estos. El sacerdote le dijo: “Hôichi, esta noche serás convocado de nuevo. Permanece en silencio, sentado e inmóvil, meditando continuamente. Si lo haces nada malo te sucederá”.
Sentado en soledad bajo el porche, una noche más, Hôichi escuchó el sonido de unas pisadas. ¡Hôichi¡”, gritó una voz grave. Pero el sacerdote ciego no contestó. Permaneció inmóvil y aterrorizado. Escuchó su nombre una y otra vez. “Esto no puede ser –bramó el extraño visitante-. Debo encontrar al sacerdote”. El visitante subió al porche y se paró al lado de Hôichi, que temblaba de miedo. “!Ya veo¡. Aquí está el biwa pero en lugar del músico hay sólo dos orejas. Ni tan solo una boca, solo las orejas! No importa, se las llevaré a mi señor”. Y así fue. En un abrir y cerrar de ojos el frío acero corto de cuajo las orejas de Hôichi. A pesar del inmenso dolor, el sacerdote permaneció en silencio. El extraño se fue, y cuando sus pasos se perdieron en la lejanía, el único sonido que Hôichi podía percibir era el goteo de la sangre sobre el suelo del porche. En esta lamentable condición lo encontró su amigo al regresar. “!Pobre Hôichi¡ Ha sido culpa mía. Confié en que mi acólito escribiría los textos sagrados por todo tu cuerpo, pero se olvidó de las orejas. Por lo menos, esos espíritus no volverán a molestarte en el futuro”. Y desde ese día el sacerdote ciego comenzó a ser conocido como Mimi Nashi Hôichi, Hôichi el Desorejado.
Historia sacada de Mitos y Leyendas de Japon. F. Hadland Davis. Satori Ediciones. 2008.