Hace ya varios meses publiqué un par de artículos sobre el mundo del Sumo a raíz de un supuesto escándalo de apuestas ilegales. Con el de hoy empiezo una serie de textos destinados a conocer un poco más las interioridades del deporte nacional de Japón.
El sumo tiene, al menos, 2.000 años de antigüedad. La mitología japonesa relata en uno de sus episodios cómo el destino del archipiélago se decidió mediante un combate de sumo entre dos dioses. El vencedor inició la dinastía imperial de Yamato.
Si bien el deporte de la lucha existe prácticamente en todas las culturas, el origen del sumo radica en el ritual sintoísta: los santuarios se convierten en escenario de combates dedicados a los dioses o a las cosechas.
En el transcurso de los períodos Nara y Heian, el sumo era un deporte-espectáculo destinado a la corte imperial, mientras que durante el período militarista de Kamakura, constituía parte del adiestramiento castrense. Empezó a consolidarse como deporte profesional a lo largo del siglo XVIII, con características similares a las que presenta en la actualidad.
El rito sintoísta está presente en todos los combates: antes de empezar el lance, los pisotones sobre el suelo (shiko) sirven para expulsar a los espíritus malignos de la cancha y, cómo no, para estirar los músculos. También se arroja sal abundante sobre la cancha (durante un día de torneo se arrojan más de 40 kilos de sal) para purificarla ya que se tiene la creencia que la sal ahuyenta a los espíritus demoníacos.
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