Hace ya unos meses escribí una serie de artículos dedicados a la mafia japonesa, la Yakuza . Una de las organizaciones ilegales más grandes del mundo, pero que en Japón perece gozar de cierto margen de libertad. Pues bien, me gustaría hacer referencia a una noticia relacionada con esta banda del crimen organizado en la que se ha visto implicado el deporte nacional del país, el sumo.
El sumo se originó como parte de un ritual sintoísta que rogaba a los dioses por una buena cosecha. Ya en el siglo XVII pasó a convertirse en deporte profesional, aunque conserva hasta hoy la rígida integridad y los elementos ceremoniales del culto autóctono de Japón, como la purificación con sal del doyho o el ring circular donde se combate. La vida de los rikishis (luchadores) sigue siendo, en teoría, igual de estricta. Hasta que concluye su carrera, todos ellos están obligados a vivir en las heya (establos comunales), donde deben respetar un escrupuloso régimen diario a base de madrugones y ayuno, largas horas de entrenamiento y estudio, labores de limpieza del propio establo y, en el caso de los jóvenes, castigos corporales propinados por los oyakata (los maestros o entrenadores) cuando cometen algún desliz. Los novatos del heya, al que se puede acceder a partir de los 15 años, son los que soportan además las tareas más duras y deben cocinar, limpiar y servir a los veteranos. No es de extrañar que muchos jóvenes rikishis abandonen el sumo antes de cumplir los 20.
Según informaciones del periódico El País en su edición digital del día 11 de julio, el mundo del sumo fue salpicado a principios de ese mes por un escándalo de apuestas ilegales. Parece que este implica ya a unos 65 rikishis en activo, a otros muchos retirados, una docena de entrenadores y a miembros de la Yakuza. Un hecho inverosímil y difícil de creer que supuso la suspensión temporal de una veintena de deportistas así como la expulsión permanente de uno de los más prestigiosos maestros del sumo japonés. La respuesta no se hizo esperar y la radiotelevisión nipona (NHK) anunció que este año no iba a emitir en directo el honbasho de Nagoya, uno de los seis grandes torneos del año disputado entre el 11 y el 25 de julio. La cadena dejaba de ingresar de esta manera unos 3,5 millones de dólares y convertía su decisión en algo inédito desde que se empezara a retransmitir el sumo por la radio hace más de 80 años. A su vez, varios patrocinadores decidieron retirar su apoyo al torneo de Nagoya y los periódicos empezaron a buscar culpables a través de sus editoriales. Por su parte, el ministro de deportes japonés, Tatsuo Kawabata, solicitó la creación de un comité independiente para reformar la Asociación Japonesa de Sumo (JSA), dependiente de su cartera.
La afrenta resulta doblemente grave en este caso, pues, debido al origen sintoísta del sumo, los luchadores deben constituir un modelo de conducta para toda la nación. La misma que hace no mucho se enorgullecía de este deporte que representaba sus valores genuinos y cuya estética y funcionamiento jerárquico, dicen, siempre será algo difícil de desentrañar para el gaikokujin (el extranjero). Es por este motivo que la gran mayoría de la opinión pública no vio con malos ojos la no emisión del torneo por televisión.
En el siguiente artículo explicaré un poco más las causas que desencadenaron tal escándalo en el mundo del sumo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario