Desde las alegres hogueras de Año Nuevo, encendidas en los remotos santuarios del campo, a los espectaculares matsuri (festivales) a los que asisten cientos de miles de personas, el sintoísmo aglutina verdaderas comunidades. Los matsuri incluyen procesiones de mikoshi (palanquines o santuarios portátiles). Unos 70 millones de fieles visitan los santuarios en Año Nuevo para pedir la protección de los dioses para el año que empieza.
El sintoísmo evita la impureza y la contaminación de la sangre, la muerte y la suciedad. Por lo tanto, si visita un santuario, antes de entrar es común lavarse las manos y enjuagarse la boca en el aljibe que hay junto a la puerta. A continuación, se anuncia la presencia a los dioses tirando de la cuerda de la campana que cuelga ante el altar; echar unas monedas es un acto común antes de dar dos palmadas y terminar orando mientras se hace la típica reverencia nipona ante el altar.
El pragmatismo de la sociedad japonesa ha permitido que el culto al sintoísmo se haya mezclado con las enseñanzas de Buda. No existe exclusión para las creencias y todo aquello que ayude a la espiritualidad de los 127 millones de japoneses será susceptible de ser incorporado.
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