Lo que poca gente sabe es que un invento tan peculiar y mundialmente famoso como el karaoke también vino del país del sol naciente (aunque algunos digan que es originario de Corea).
Fue en la década de los 70 cuando Japón presentó al mundo un producto de cosecha propia: el karaoke. Un invento que no podía llegar de ningún otro lugar y que, pese a su marcado tono irreverente y transgresor para la época, había nacido para quedarse. Es improbable que aún exista alguien que no conozca la mecánica del karaoke pero para los despistados diríamos que consiste en cantar con acompañamiento pregrabado, que suele adoptar la forma de videos láser un tanto cutres. Si hacemos una inmersión semántica vemos que Kara significa “vacío”, mientras que oke es la abreviatura de la palabra inglesa orchestra (orquesta).
En Japón el karaoke es una de las distracciones por excelencia. Los fines de semana los jóvenes nipones se reúnen, no para ir de fiesta a las discotecas (que también las hay), sino para pasar un buen rato cantando sus temas favoritos en grandes edificios diseñados para ello. La mayoría de restaurantes y bares (izakaya) también disponen de este invento para hacer “las delicias” de trabajadores y empresarios, que, sake en mano, disfrutan de un rato de evasión después de una larga jornada laboral. Sigue siendo un misterio como alguien puede encontrar satisfacción en escuchar cantar a un oficinista borracho destrozando clásicos de la historia de la música. Para la sociedad nipona, el karaoke es visto como una válvula de escape, un antídoto contra el estrés que ayuda a crear un estrecho vínculo entre los que lo practican, generalmente amigos o compañeros de trabajo.
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