viernes, 13 de agosto de 2010

Comer en Japón No es caro

Cuando hablas de Japón con la gente, te das cuenta que los tópicos existentes a finales de los años 90 no han desaparecido. Es el país de la tecnología, todo el mundo lee manga y juega a la videoconsola, comen sushi cada día, son una de las sociedades más ricas y más caras del mundo y así un largo etc. Desde Occidente, alguno de estos clichés puede llegar a ser cierto pero una vez aterrizas en el archipiélago la mayoría de ellos se desmontan. Es el caso de la comida y más concretamente su precio. Se tiende a pensar que degustar la gastronomía nipona sale por un ojo de la cara y nada más lejos de la realidad.

Normalmente, en nuestro país, España, los menús oscilan entre los 9 y los 13 euros de media mientras que en Japón uno puede comer por tan sólo 3 o 4 euros al cambio, buscando bien eso sí. Además, en el país del sol naciente el agua, fresca y salida directamente de los centenares de fuentes naturales es gratuita. No hace falta decir que un restaurante de la gama media, más allá de su especialidad, podría llegar a costar entre 5.000 y 10.000 yenes por persona y en los establecimientos de primera fila los precios llegan a ser abusivos. En Tokio, por ejemplo, uno puede comer de manera económica evitando las hamburgueserías y las omnipresentes cadenas de comida rápida: los restaurantes de barrio pueden tener menos ambiente quizás, pero siempre ofrece mejores precios. Hay establecimientos de fideos y de platos de arroz por doquier, la opción del kaiten-zushi (platillos de sushi que desfilan por una cinta transportadora junto al mostrador a precios tan discretos como 100 yenes la pieza) siempre es barata y sabrosa y las tortas de okonomiyaki (parecidas a la tortilla) constituyen un plato siempre satisfactorio, divertido y asequible. Si todo esto fallara, uno puede seguir el ejemplo de los estudiantes del lugar y dirigirse a un supermercado veinticuatro horas, los denominados convini (convenience store), en los que siempre es posible degustar comidas ligeras y algún tentempié listo para comer al momento. Es el caso del famoso O-bento (cajas de almuerzo), del onigiri (bolas de arroz de forma triangular rellenas y envueltas en algas secas) o de los instanto nodoru (fideos instantáneos), la comida rápida por excelencia.



Para quien guste de la comida china, la italiana o la francesa, no escasean las opciones tampoco. A grandes trazos, Ginza alberga los restaurantes caros haciendo gala de su estatus de “lujo”, Shimbashi es para los oficinistas estridentes, Shibuya para la juventud con montones de establecimientos de comida rápida y Aoyama, Azabu y Roppongi para la gastronomía de vanguardia. Akasaka por su lado ofrece una amplia variedad de posibilidades, mientras que Shinjuku lo tiene todo: desde bares de diseño hasta garitos insalubres. Aparte de los establecimientos de fideos, la gran mayoría suele cerrar entre comidas. La carta no suele estar disponible en inglés, ni mucho menos en otros idiomas, pero muchos locales cuentan con escaparates donde exponen reproducciones de plástico de sus platos para guiar a sus clientes. En caso de duda, los pisos superiores de los grandes almacenes ofrecen una buena selección gastronómica local e internacional y, además, sus restaurantes de estilo japonés ofrecen mayor diversidad, en lugar de concentrarse en una sola especialidad.

Al anochecer, después de la larga jornada de trabajo, muchos japoneses suelen abarrotar las denominadas izakaya (bares-restaurante), donde se ofrece comida local y alcohol a precios razonables, con una calidad más que aceptable y en un ambiente inconfundiblemente nativo. Estos locales suelen identificarse por una guirnalda de farolillos rojos sobre la puerta y, aunque las izakayas no ofrecen comidas completas, nadie le va a presionar para terminar rápido. Estos locales suelen ofrecer sashimi (filetes de pescado crudo), pescado a la parrilla, pollo yakitori (pinchitos de pollo frito), tofu, verduras y, una vez se concluye con la bebida, arroz o fideos.

Quizás una de las cosas que más me sorprendieron durante mi experiencia pasada en Japón fue la inmensa cantidad de restaurante que había, cada uno con su especialidad y con unos precios tan asequibles que nunca hubiera podido imaginar. Es cierto que si uno quiere puede degustar exquisiteces a precios tan altos o superiores a los de otros países occidentales pero si se es perspicaz, comer en Japón puede resultar una experiencia fascinante y francamente barata para los bolsillos.

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