Hoy presento otra historia sobre la extensa mitología japonesa. En esta ocasión, la leyenda se remonta a la batalla naval de Dan-no-ura, el último conflicto entre los clanes Taira y Minamoto en 1185, donde se decidiría el futuro político del país con la aparición del primer gobierno shogunal en Kamakura. Clave de la victoria del clan Minamoto fueron sus dos grandes guerreros: Minamoto Yoshitsune, hermano del futuro primer shogun Minamoto Yoritomo, y su leal y poderoso vasallo Benkei.
Se dice que durante siete siglos la costa en la que se celebró la gran batalla fue asediada por los fantasmas del clan Taira. Extraños resplandores brillaban en las olas y en el aire resonaba el fragor de la contienda. Para apaciguar a los desafortunados espíritus se construyeron en Akamagaseki el templo de Amidaji y un cementerio donde se erigieron varios monumentos en los que se grabaron los nombres del emperador Taira y sus principales vasallos. El templo y el cementerio calmaron a los fantasmas hasta cierto punto pues, como veremos a continuación, de cuando en cuando sucedían cosas extrañas.
Hôichi el desorejado
Hace mucho tiempo vivió en el templo de Amidaji un sacerdote ciego llamado Hôichi. Era muy famoso por sus cualidades de rapsoda y su habilidad tocando el biwa (un laúd de cuatro cuerdas). Le gustaba sobremanera recitar historias relacionadas con el prolongado enfrentamiento entre los clanes Taira y Minamoto.
Una noche, Hôichi se quedó solo en el templo y como era una noche calurosa se sentó en el porche a tocar su querida biwa. Mientras disfrutaba de las notas musicales, oyó que alguien se acercaba por el pequeño jardín trasero del templo. Al poco una voz profunda gritó por debajo del porche: “¡Hôichi!”. Y de nuevo se volvió a escuchar: “¡Hôichi!”. El monje, alarmado, contestó que era ciego y que necesitaba saber quién había venido a visitarle. “Mi señor– respondiendo el desconocido- ha venido hasta Akamagaseki acompañado de sus nobles con el propósito de visitar el escenario de la batalla de Dan-no-ura. Ha sabido de tu excelente forma de relatar la historia del conflicto y me ha ordenado que venga a buscarte para que le muestres sus habilidades. Trae tu biwa y sígueme. Mi señor y su venerable séquito aguardan ahora tu honorable presencia”.
Una noche, Hôichi se quedó solo en el templo y como era una noche calurosa se sentó en el porche a tocar su querida biwa. Mientras disfrutaba de las notas musicales, oyó que alguien se acercaba por el pequeño jardín trasero del templo. Al poco una voz profunda gritó por debajo del porche: “¡Hôichi!”. Y de nuevo se volvió a escuchar: “¡Hôichi!”. El monje, alarmado, contestó que era ciego y que necesitaba saber quién había venido a visitarle. “Mi señor– respondiendo el desconocido- ha venido hasta Akamagaseki acompañado de sus nobles con el propósito de visitar el escenario de la batalla de Dan-no-ura. Ha sabido de tu excelente forma de relatar la historia del conflicto y me ha ordenado que venga a buscarte para que le muestres sus habilidades. Trae tu biwa y sígueme. Mi señor y su venerable séquito aguardan ahora tu honorable presencia”.
Hôichi, creyendo que se trataba de algún samurái noble, obedeció de inmediato. Se puso sus mejores ropas y cogió el instrumento. El desconocido le guió, con la mano fría como el metal, y juntos caminaron con paso presuroso. Hôichi escuchaba el sonido metálico de la armadura de su guía pero no sentía temor, más bien deseaba reunirse con tan distinguida compañía y tener el honor de demostrar sus habilidades. Al llegar a la puerta el desconocido gritó: “¡Kaimon!”. De inmediato la puerta se abrió y los dos hombres entraron. Hôichi escuchó el sonido de distintos pies al caminar, el sonido característico de las puertas deslizantes. Alguién le ayudó a subir unos cuentos escalones y, al llegar arriba, una mujer le guió de la mano hasta llegar a un cuarto donde a él le pareció que tenía lugar una populosa reunión. Escuchó el sutil murmullo de las voces y el roce de las prendas de seda.
Cuando se hubo sentado sobre un cojín, la mujer le pidió a Hôichi que recitara la historia de la gran batalla de Dan-no-ura. El monje comenzó a cantar acompañado de su biwa. Sus habilidades musicales eran tales que las cuerdas del instrumento parecían imitar el sonido de los remos y de los barcos, los gritos de los hombres, el estruendo de las olas y el silbar de las flechas. Una ola de entusiasmo aplaudió la maravillosa interpretación de Hôichi. Animado por los aplausos continuó cantando y tocando aun con mayor maestría. Cuando cantó la muerte de las mujeres y los niños y del hundimiento en las aguas de Niidono con el niño emperador en sus brazos, la noble audiencia comenzó a llorar y lamentarse.
Hasta aquí la primera parte de la historia sobre la batalla de Dan-no-ura.
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