Desde que llegué a Miyazaki, no había
tenido aún la oportunidad de hacer turismo por la isla de Kyûshû
(九州),
las más meridional de las cuatro que forman el archipiélago japonés
y característica por sus bellos paisajes naturales. Así pues,
durante la Golden Week (del 27 de abril al 6 de mayo) decidí hacer
una escapada de tres días a la pequeña isla de Yakushima (屋久島).
La isla, con forma de pentágono irregular, se encuentra a unos 60 kilómetros de
Kagoshima (鹿児島)
y, con apenas 15.000 habitantes, Yakushima posee uno de los
ecosistemas menos alterados por el hombre hasta el momento. Fauna y
flora conviven en armonía con el ser humano, que se ha encargado de
proteger este entorno natural desde que llegó a la isla. A su vez,
los frondosos bosques y las transparentes aguas de Yakushima, que sirvieron de inspiración al director Hayao Miyazaki para crear los bellos parajes de La princesa Mononoke, albergan
en su interior más de 300 especies autóctonas de plantas y animales
que no han sido catalogadas en ningún otro rincón del planeta. Un
hecho que no pasó desapercibido por la Unesco, quién en 1993
declaró parte de la biosfera de la isla Patrimonio de la Humanidad.
Dentro de las especies protegidas por
la Unesco se encuentra el llamado Cedro de Yakushima
(屋久杉).
Un árbol que sólo crece en la isla (a partir de cierta altitud) y
que desde hace años se ha convertido en un verdadero reclamo turístico Miles y miles de japoneses visitan cada año los bosques
de Yakushima para contemplar la majestuosidad de estos árboles
milenarios. Y, sin
lugar a dudas, de entre todos ellos destaca el Cedro Jômon
(縄文杉),
el más viejo de los Cedros de Yakushima.
Los expertos calculan que nació hace más de 2.500 años durante el
neolítico japones, también llamado época Jômon y
es por eso que recibe este nombre.
Para poder ver este
ejemplar único, es necesario emprender un largo camino y es que se
encuentra situado a gran altitud. Es por ello que decidí contratar
un guía y vivir mi primera experiencia con el trekking. A las
cuatro de la mañana me recogieron del hostal para
llevarme a los pies de una de las montañas que conforman la geografía de Yakushima. Me disponía, junto a una familia japonesa,
y a otros centenares de intrépidos (sí, más preparados que yo) a
emprender un largo camino para observar, in situ, al
majestuoso Cedro Jômon. Durante las diez horas de camino hubo
tiempo para todo, incluso para discutir de economía con el padre de familia.
Quedé fascinado
por la belleza de los parajes naturales de Yakushima y es que nunca
antes había sentido tal sensación de paz. Una simbiosis total con
el entorno que me permitió disfrutar cada momento, cada paso de una
caminata que no se hizo tan terrible como había llegado a pensar
previamente. Sin duda una de las experiencias más gratificantes que
me ha tocado vivir.
El último día lo
aproveché para hacer snorkel en una de las playas de
Yakushima. Aunque el agua aún estaba fría, el traje impermeable que
me proporcionaron cumplió su cometido y pude disfrutar de una
jornada observando la fauna marina de la isla.
Unos días de relax
en comunión perfecta con la naturaleza para recargar pilas y volver
a enfrentarse, de nuevo, al reto del estudio del japonés. !Hasta
pronto!
No hay comentarios:
Publicar un comentario