Un estudio detallado de la naturaleza de Jizô revela todas aquellas cualidades ideales de la mujer japonesa: el amor, el sentido de la belleza y su infinita compasión (cualidad primordial de los Bodhisattva –héroe de la compasión- en el Budismo mahayana). Esta deidad posee también toda la sabiduría del Buda Histórico (Siddhartha Gautama), con la salvedad de que Jizô prescindió del nirvana para poder convertirse en el compañero de juegos y protector divino de todos los niños japoneses. Es el dios de las sonrisas, enemigo de los espíritus malévolos y el único que puede reconfortar a una madre cuyo hijo falleció.
Para la mujer japonesa que ha tenido que enterrar a su pequeño, todos los ríos conducen sus aguas de plata al lugar donde el siempre bondadoso Jizô está aguardando. Por eso las madres que han tenido tal desgracia escriben oraciones en pequeñas tiras de papel y las dejan en las aguas de los ríos para que la corriente las arrastre hacia el gran Padre y Madre espiritual, que responderá a sus peticiones con una afable sonrisa.
El cauce seco del río de las almas
Bajo la tierra discurre el Sai-no-Kawara (cauce seco del río de las sombras). Éste es el lugar al que van los niños cuando mueren. Allí los pequeños juegan con el sonriente Jizô y construyen pequeñas torres de piedras que jalonan todo el cauce del río. Las madres de los niños, en el mundo de los vivos, también construyen torres de piedras alrededor de las imágenes de Jizô pues estas pequeñas construcciones representan oraciones; son también protecciones contra los oni, o espíritus malignos. A veces, en el cauce seco del río de las almas, los oni consiguen una victoria temporal y derriban las torres levantadas por los pequeños espíritus de los felices niños. Cuando sucede algo así, las risas se apagan y los pequeños corren buscando la protección del risueño Jizô. Éste los oculta bajo sus largas mangas y espanta a los oni de ojos rojos con su sagrado báculo.
El lugar en el que moran las almas de los niños es sombrío y gris; oscuras colinas y valles bordean el camino que recorre el Sai-no-Kawara. Todos los niños llevan vestimentas blancas y, si de vez en cuando los espíritus malvados los asustan, Jizô siempre seca sus lágrimas y hace que regresen a sus juegos infantiles.
Historia sacada de Mitos y Leyendas de Japon. F. Hadland Davis. Satori Ediciones. 2008.
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