jueves, 5 de mayo de 2011

La leyenda de Momotaro, el niño melocotón (2)

Seguimos con la historia de Momotaro.

Momotaro había hecho un alto en el camino para descansar un rato y reponer fuerzas. Mientras saboreaba un pastel de arroz apareció un perro el cual le mostró, ladrando, sus afilados dientes. Además, este perro sabía hablar y, amenazante, le exigió al joven que le diera un pastel: "o me das un pastel o te mato". Pero cuando el perro supo que tenía ante sí al famoso Momotaro se inclinó con el rabo entre las patas hasta que su cabeza tocó el suelo. Suplicó al hijo melocotón que aceptara sus servicios y este no se negó. Le lanzó medio pastel de arroz al perro y ambos prosiguieron el viaje.

Al cabo de un rato se encontraron con un mono, que también rogó a Momotaro que lo aceptara en su séquito. El joven de nuevo aceptó y, tras varios encontronazos, el mono y el perro se hicieron buenos amigos. Continuaron su camino y se encontraron con un faisán. El perro se mostró reticente a incorporar un nuevo miembro a la expedición y comenzó a perseguir al animal de brillante plumaje. Momotaro puso fin a la persecución y, al final, el faisán también fue admitido en el pequeño grupo.



Tras mucho caminar, Momotaro y sus nuevos amigos llegaron a la costa del mar del noreste. El joven y sus nuevos compañeros se subieron a un barco y estuvieron navegando varios días hasta que por fin divisaron una isla. El faisán voló hasta el tejado del castillo para comunicar el mensaje de Momotaro. Los demonios deberían romper sus cuernos cómo signo de sumisión. Pero cuando los seres malignos escucharon el mensaje, se rieron y, agitando sus rojas cabelleras, le lanzaron piedras al faisán, las cuales esquivó hábilmente.

Mientras tanto, Momotaro había desembarcado. Muy pronto vio a dos hermosas damiselas que lloraban cerca de un arroyo donde lavaban unas prendas empapadas en sangre. "Somos hijas de los daimio (señores feudales) y cautivas del rey de los demonios - dijeron entre sollozos -. Pronto nos matará y nadie puede ayudarnos". "Damas - respondió Momotaro -, he venido con el propósito de terminar con las vidas de vuestros malvados captores. Enseñadme el camino que conduce hasta el castillo". Y estas, presurosas, así lo hicieron.

Una vez en el castillo, nuestros protagonistas lucharon tenazmente. Muchos demonios se asustaron y huyeron y otros, fueron víctimas del acero de Momotaro así como de la furia del perro y del mono. Todos los demonios perecieron excepto su rey, que sabiamente decidió rendirse y suplicar por su vida.



"No - respondió el jóven inflexible -. No te perdonaré la vida. Has matado y torturado a muchos inocentes y saqueado el país durante años". Tras estas palabras ordenó al mono vigilar al rey y él recorrió el castillo liberando a los cautivos y reuniendo un valioso botín.

El viaje de regreso fue una continua celebración. El perro y el faisán custodiaban el tesoro y Momotaro se hizo cargo del rey de los demonios. Momotaro llevó a las hijas de los daimio a sus hogares, y a otros muchos a sus aldeas. Todo el país se alegró de la victoria frente a los demonios, pero nadie fue más feliz que los padres del muchacho que, gracias al tesoro, vivieron el resto de sus días una vida de paz y abundancia.

Historia sacada de Mitos y Leyendas de Japón. F. Hadland Davis. Satori Ediciones. 2008.

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