Susanô escuchó el lamento del hombre con mucha atención y, conmovido por la belleza de la joven, se ofreció a matar a la serpiente de ocho cabezas si los padres de la muchacha le concedían su mano. Estos accedieron de buena fe. El impetuoso hermano de Amaterasu transformó a Kushi-nada-hime en un peine con el que se ciñó el cabello. Ordenó a los ancianos que prepararan gran cantidad de sake, que después vertió en ocho tinajas. Y se quedó esperando la llegada del animal.
Llegó la serpiente con sus ocho cabezas, cada una con un par de ojos rojos, tenía también ocho colas y en su lomo crecían abetos y cipreses. Era tan larga como ocho montañas y ocho valles. Reptaba con lentitud y, cuando vio el sake, cada una de sus cabezas bebió ansiosamente hasta que la serpiente se emborrachó y cayó en un profundo sueño.
Entonces Susanô, sin nada que temer, desenvainó su espada de diez palmos y cortó al monstruo en pedazos. Pero cuando rebanó una de sus colas, su espada tropezó con algo y se dobló. Así fue cómo encontró la espada llama Murakumo-no Tsurugi. Como suponía que se trataba de un arma divina se la entregó a los dioses del cielo.
Tras cumplir con éxito su cometido, Susanô conviertió el peine en Kushi-nada-hime y ambos se trasladaron a Suga, en la provincia de Izumo, donde celebraron sus esponsales.
* En Japón el número 8 simboliza ultitud, infinidad de cosas.
Historia sacada de Mitos y Leyendas de Japón de F. Hadland David
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