sábado, 8 de septiembre de 2012

La ciudad que nunca duerme: Tokio (4)

Los aspectos presentados en los artículos anteriores ayudan a explicar fenómenos culturales como el pachinko (máquinas tragaperras que funcionan con bolas) y el manga, que en Japón actúan como verdaderas “válvulas de seguridad” psicológicas. En el pachinko, la intencionada sobrecarga sensorial es hipnotizadora. El manga es la ruta de escape para los deseos reprimidos de millones y millones de japoneses, que no son sino uno más de los aranceles que debe pagar esta sociedad, a veces tan dócil.

La población de Tokio está formada por los Edoko, los nuevos tokiotas, transeúntes (como los vagabundos), vendedores ambulantes, viajeros y turistas, junto con pequeñas “bolsas” de inmigrantes. Todos ellos pueden vivir indistintamente tanto en apartamentos privados como en alojamientos de subvención pública, así como en casas de madera (herencia de la época Edo). No falta quien se aloja en pensiones, miserables o lujosas, y en casas de época hechas de madera y papel. La mayoría vive de alquiler porque, con los desorbitados precios del suelo, son pocos los que se embarcan en la aventura de la hipoteca.

Los jóvenes tokiotas se sienten atraídos por la variedad ilimitada de estilos de vida que ofrece la capital asiática, así como por la abundancia de trabajos a tiempo parcial (los llamados arubaito, un préstamo lingüístico de la palabra alemana arbeit o trabajo). La ciudad cuenta con alrededor de 350.000 extranjeros. Cabe destacar que, en la actualidad, Japón cuenta con una tasa de inmigración que no supera el 2% de su población total, muchos de los cuales son residentes de tercera o cuarta generación (chinos, coreanos, brasileños de ascendencia japonesa y filipinos); otros son ejecutivos de empresas multinacionales destinados en la capital; no pocos son estudiantes y, más de uno, es el cónyuge de algún nativo.

Una amalgama que conforma uno de los núcleos urbanos más poblados del planeta.

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