La vinculación entre limpieza y religión se remonta al siglo VII. En aquellos tiempos los mayores templos de la capital, Nara, disponían de baños comunitarios, que habían sido construidos bien por los monjes o bien por los aldeanos. Varios siglos después, en 1591, se construyó el primer baño público en Edo (actual Tokio y ciudad que pasaría a ser la capital del gobierno militar Tokugawa entre 1603 y 1868), con un coste por el servicio de tan solo un sen (moneda de cobre). Así, sería el precio el que posteriormente daría nombre a estos establecimientos, denominados desde entonces sentou o traducido, “agua de dinero”.
La separación entre limpiarse y bañarse se hace del todo palpable en la cultura japonesa y es por eso, que todos usuarios del sentou deben respetar un protocolo establecido: lo primero es dirigirte a la zona correspondiente según el sexo. Desnudarte, dejar la ropa en la taquilla asignada e ir a la zona de baño. A continuación, te sitúas en una de las duchas libres, te sientas en un taburete y te duchas para terminar echándote agua fría por encima usando un pequeño cubilete (la imagen típica aparecida en las películas japonesas). Finalmente, ya solo queda entrar en el ofuro para tomar un baño relajante. La temperatura en esta especie de bañera suele rondar los 45 grados, es por eso que no se recomienda estar más tiempo de lo necesario, ya que podrías llegar a desmayarte.
Actualmente, una de las preferencias de los nipones a la hora de buscar vivienda es poder contar con un espacio para llevar a cabo este ritual. La mayoría de ellos pasa alrededor de unos 30 minutos al día dentro del agua siendo este, quizás, el momento más placentero de la jornada.
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