sábado, 18 de febrero de 2012

La compasión de Jizô: una historia en el infierno

Eh aquí una nueva leyenda sobre Jizô, Dios protector de los niños y de las mujeres embarazadas. Una historia sobre la gran estatua de Jizô que se custodia en el antiguo templo Ken-chô-ji de Kamakura.

Antiguamente, vivió en Kamakura la esposa de un rônin llamado Soga Sadayoshi. Vivía de criar gusanos y recoger la seda. Acostumbraba a visitar a menudo el templo de Ken-chô-ji y, un gélido día en el que fue allí, se le ocurrió que la imagen de Jizô tenía el aspecto de alguien que sufre de frío y decidió hacer un gorro como el que las gentes del campo llevan cuando el sol ya no calienta.

Fue a su casa e hizo el gorro, y cubrió con el la cabeza del dios diciendo: ojalá fuese lo bastante rica como para darte ropa caliente para todo tu augusto cuerp; más ¡ay!, soy pobre, e incluso esto que te ofrezco es indigno de tu divino beneplácito.

Resulta que aquella mujer murió repentinamente en el quincuagésimo año de su vida, en el duodécimo mes del quinto año del período llamado Chiso. Sin embargo, su cuerpo permaneció caliente durante tres días, de modo que sus parientes no permitieron que la llevaran al cementerio. Y al anochecer del tercer día, la mujer volvió a la vida.

Entonces contó que el día de su muerte había comparecido ante el tribunal de Emma, rey y juez de los muertos. Y Emma, al verla, montó en cólera y le dijo: ¡has sido una mujer malvada, y has despreciado las enseñanzas de Buda! Has pasado toda tu vida sacrificando las vidas de los gusanos de seda metiéndolos en agua caliente. Ahora irás al Jigoku (infierno budista), donde arderás hasta que hayas expiado todos tus pecados.

Al instante, unos demonios se hicieron con ella y la arrastraron hasta una gran olla repleta de metal fundido, y la arrojaron al interior de la olla, y la mujer soltó un alarido espantoso. Y de pronto, Jizô-sama se introdujo junto a la mujer en el metal fundido, y este se convirtió en una especie de fluido de aceite y dejó de arder; Jizô la rodeó con sus brazos y la sacó de allí. Y se presentó con ella ante el rey Emma, y le pidió que, por él, la perdonara, en consideración al hecho de que un acto de bondad la había emparentado con él. Así que la mujer encontró perdón y regresó al mundo de los vivos.

Historia sacada de En el país de los dioses. Relatos de viaje por el Japón Meiji 1890-1904 de Lafcadio Hearn.

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