sábado, 1 de septiembre de 2012

¿Amigos, enemigos?

La capital japonesa, Tokio, fue víctima de numerosos bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. En un primer momento, la aviación estadounidense concentró sus esfuerzos en dañar la capacidad militar del combativo ejército nipón, centrando sus ataques en fábricas destinadas a producir material bélico. Durante el último año del conflicto, en 1945, la estrategia de ataque norteamericana cambió de forma radical. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de viviendas de la capital estaban construidas de madera, el ejército norteamericano optó por utilizar napalm (bombas incendiarias) y de este modo provocar un gran incendio en la ciudad. Las cifras hablan de más de 100.000 víctimas mortales como consecuencia del devastador incendio, además de incalculables daños materiales.

Más del 50% de la ciudad quedó calcinada por los ataques aéreos y tuvo que ser reconstruida una vez finalizada la contienda. El período de postguerra para un país que se encontraba en el bando de los perdedores fue muy duro, pero, aún así, la influencia de los norteamericanos en suelo japonés fue crucial para el resurgir del país asiático. Tokio renació de sus cenizas. El paisaje de la ciudad había cambiado y las antiguas casa de madera eran sustituidas por grandes torres de cemento a semejanza de las grandes metrópolis del país que les había causado tanta destrucción.

Japón se había subido a un nuevo tren, el de la modernidad, que llevaría al país, pocas décadas después, a convertirse en la segunda potencia mundial por detrás de Estados unidos. En pocos años los norteamericanos pasarían de enemigos acérrimos del Japón militarista y expansionista a convertirse en el principal aliado de un país que buscaba iniciar la aventura del capitalismo.

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