Cuenta la historia, que en el año 1701, durante el periodo de poder del Shogun Tsunayoshi, un daimyo (señor feudal) de las cercanías de Hiroshima llamado Asano de Ako pidió consejo un antiguo hatamoto (samurái y sirviente directo del gobierno militar Tokugawa) para que le enseñara el protocolo adecuado para la recepción de un enviado imperial. Este último, de nombre Kira Yoshihira, engañó y manipuló al daimyo para que la recepción fuese un fracaso y no contento con eso, se rio de todo ello provocando el enojo del señor feudal. En un acto de ira, Asano hirió levemente a Kira con su wakizashi (espada corta tradicional japonesa que llevaban los samuráis y que usaban cuando no disponían de la katana), lo que le valió la condena a muerte por la ceremonia del seppuku (suicidio ritual de los samuráis que goza de gran prestigio). Se consideraba delito desenfundar un arma dentro del recinto de palacio del Shogun.
La muerte de Asano provocó que el gobierno militar confiscara sus tierras y todos sus samuráis, más de 300, se convirtieron en ronins o guerreros sin amo en busca del mejor postor. Aún así, 47 de ellos decidieron vengar a su señor y atacaron la mansión de Kira en la capital, Edo (actual Tokio). Acabaron con su vida, le decapitaron y llevaron su cabeza junto a la tumba de Asano. Posteriormente, y sabiendo ya el futuro que les esperaba, se entregaron voluntariamente a la justicia. Fueron condenados a morir igual que su antiguo daimyo, por el ritual del seppuku, y enterrados a su lado en el templo Sengakuji en Edo.
Desde un principio fueron considerados héroes y hoy día sigue la peregrinación de japoneses a su tumba para mostrar admiración. Tres siglos después, en octubre de 2001, se inauguro un museo en el mismo templo Sengakuji para conmemorar la hazaña de esos 47 samuráis.
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