martes, 6 de julio de 2010

El Monte Fuji: el volcán sagrado

Hablar del Monte Fuji (Fuji-San en japonés) es hablar de uno de los grandes emblemas de Japón. Una montaña sagrada y venerada por todo el pueblo japonés, símbolo presente en gran mayoría de las postales recuerdo que se venden. Algunos dicen que este volcán, el pico más alto del país con 3.776 metros de altitud, es el más hermoso de la Tierra y que en él, habita uno de los espíritus más importantes de la religión autóctona del país, el sintoísmo.

La última y espectacular erupción del Fuji-San, en 1707, se prolongó durante tres semanas aterrorizando a los habitantes de Edo, a 120 quilómetros de distancia, oscureciendo los cielos durante el día y envolviendo la ciudad en ceniza. En estos momentos sigue dormido y no parece que vaya a despertar en los próximos años.
Considerado un territorio prohibido para las mujeres hasta 1868, en la actualidad ascienden a él más de 250.000 personas (una tercera parte extranjeros) de ambos sexos durante la temporada más propicia, entre julio y agosto.



Numerosas leyendas han surgido en torno al venerable y venerado monte. Como muchas montañas de Japón y, también, de otros países orientales, ha sido asociado al Elixir de la Vida. La celebridad del Fuji llegó a oídos, según la leyenda, de un emperador de China. Cuando le comentaron que la montaña se había creado en una sola noche llegó a la conclusión de que el Monte Fuji albergaba el Elixir de la Vida, así que reunió a un grupo de jóvenes muchachos y hermosas doncellas y zarpó con ellos hacia el país del Sol Naciente. Los juncos avanzaban por el mar bravío como una lluvia de pétalos dorados zarandeados por el viento salvaje, pero poco a poco la tormenta amainó y el emperador y su séquito pudieron contemplar el blanco esplendor del Fuji, alzándose imponente frente a ellos. Tras tomar tierra, el emperador reunió a los suyos en formación y comenzaron el ascenso a la cima en lenta procesión. Hora tras hora ascendía la procesión con el manto dorado del emperador al frente hasta que dejaron atrás el sonido del mar y mil pies pisaron la delicada nieve allí en lo alto, donde reinaba la paz y la vida eterna. Cerca ya del final del viaje, el viejo emperador empezó a correr lleno de gozo pues quería ser el primero en beber el Elixir de la Vida. Y cierto es que fue el primero en saborear la Vida que nunca envejece. Cuando su séquito le dio alcance descubrió que el emperador estaba tumbado boca arriba con una sonrisa de felicidad en el rostro. Había encontrado la Vida Eterna, pero paradójicamente había sido a través de la muerte.
Historia sacada de F. Hadland Davis. Mitos y Leyendas de Japón. Ediciones Satori. 2008

Como esta existen una infinidad de historias que pretenden hacer del Fuji-San un emblema imperecedero del país asiático y es que, se dice, que alguien nacido en el archipiélago no puede considerarse un verdadero japonés hasta subir, al menos, una vez al volcán sagrado.

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