viernes, 9 de julio de 2010

Mori Ôgai: estandarte de la literatura Meiji

Hablar de literatura japonesa en la actualidad es hablar, sin duda, de Haruki Murakami, Ôe Kenzaburo, Yoshimoto Banana, o de autores fallecidos durante la época de prosperidad del país como Yasunari Kawabata (Premio Nobel de Literatura en 1968), Yukio Mishima y Tanizaki Jun’ichirô. Las novelas de todos estos escritores supieron abandonar su Japón natal para abrirse paso en el difícil mundo editorial global y, hoy en día, conviven en las estanterías de las librerías de nuestras ciudades junto a multitud de best sellers. La literatura nipona empieza a ser conocida en gran parte del mundo pero, aún así, quedan cantidad de autores que, pese a tener una influencia preponderante en el desarrollo de las letras japonesas, siguen en el ostracismo. Es el caso de Mori Ôgai (1862-1922), de quién me gustaría hablar hoy.

Mori Rintaro, su nombre real, nació en la prefectura de Shimane. Hijo mayor de un médico de cabecera se esperaba de él que se hiciera cargo del negocio y la familia y a los diez años, fue enviado a Tokio donde se licenciaría en medicina por la Universidad Imperial. A partir de ese momento decidió ejercer como médico militar y durante cuatro años, desde 1884 hasta 1888, el Gobierno le enviará a Alemania para dar apoyo a los combatientes. Una experiencia decisiva en la vida de Mori Ôgai ya que durante su etapa europea vio nacer en si un impulso literario que ya no podría frenar.

Creó una lírica japonesa que mezclaba la sofisticada combinación del orden junto a la precisión de la prosa occidental y el vocabulario y la retórica del chino clásico. A finales de los años 80 realizó las primeras traducciones de calidad de la literatura alemana que conmocionaron al mundo de las letras de la época y poco después, en 1990, escribía su primera novela, Maihime. Una obra autobiográfica, donde el protagonista se enamora de una bailarina alemana aunque la realidad de su país, Japón, terminará rompiendo la relación. Ògai buscaba el fiel reflejo de las emociones de sus personajes por eso fue considerada el pilar de la novela moderna. A su regreso de Europa, pero, sus superiores vieron con malos ojos que un militar escribiera y publicara y terminaron por obligarle a exiliarse a la isla de Kyûshû (1889-1902). Volverá a la capital como máxima autoridad médica y fue en ese momento cuando apreció Natsume Sôseki, quién le animaría a seguir escribiendo. Entre 1909 y 1913 publicaría gran cantidad de obras entre las que destacan Vita Sexualis en 1909, Seinen 1910, Gan en 1911 o Hyaku monogatari también en 1911.



Al final de su carrera se decantó por los estudios históricos o biográficos, que trasladó a la novela con total objetividad desafiando los conceptos de la técnica narrativa. Intentó reexaminar la propia tradición japonesa, comprenderla y evaluarla para terminar incorporando la cultura occidental. Escribió también una serie de biografías de intelectuales de la época Tokugawa, las cuales pretendían ilustrar el mundo contemporáneo. Su conocimiento detallado del chino clásico y la riqueza intelectual del alemán ayudaron a este autor a construir una prosa lúcida y coherente para sus obras más tardías.

Mori Ôgai es considerado uno de los máximos estandartes del romanticismo japonés y junto a Natsume Sôseki (conocido en occidente por obras como Botchan, Sorekara, Kokoro o Yo soy el gato) alcanzó gran reputación durante el período Meiji. Terminaría ejerciendo influencia en autores de la talla de Tanizaki Jun’ichiro, Yoshii Isamu o Nagai Kafû.

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