Del conjunto de artículos publicados podemos extraer que Japón basó su salto a la esfera internacional a partir de una política expansionista y militarista. Para conseguirlo se aunaron esfuerzos para construir una flota naval lo suficientemente potente como para hacerse con el control de los territorios a su alrededor.
El hecho de que Japón sea un archipiélago, alejado de los centros de decisión política mundial, le llevaron a dejar a un lado una posible expansión terrestre para hacerse con el control de los territorios situados en el Sureste Asiático, donde pudieron desplegar todo su potencial bélico. Los territorios del sur sirvieron de escudo a un posible ataque directo al país y, a su vez, favorecieron la explotación comercial de los mismos con la consecuente apertura de nuevos mercados.
El poder de la marina en esta época era imperante y, juntamente con los nuevos conglomerados empresariales, los zaibatsu, supo conseguir i favorecerse de la opinión pública hasta el punto que muchos civiles se unieron a la causa expansionista. Durante el gobierno Meiji y también en la posterior democracia Taishô hubieron voces discordantes a la hora de decidir la mejor estrategia a seguir para hacer del país nipón una potencia mundial reconocida.
La historia terminó por dejar claro el camino seguido. Una estrategia claramente expansionista que, desde un punto de vista teórico podía tener sus virtudes, pero que a nivel práctico supuso destinar grandiosos presupuestos al ejército y dejar a un lado sectores que, seguramente, precisaban de un mayor apoyo económico.
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