Para los visitantes de paso que busquen ese tipo de distracciones y que no puedan hablar japonés, la situación no es alentadora: la culpa la tienen dos grandes obstáculos que durante los últimos diez años han impuesto su ley. El primero es el precio, ya que aunque los extranjeros pudieran no considerarlo ultrajante, a los japoneses les vacían los bolsillos: en comparación con otros países asiáticos, se acaba pagando mucho más al cambio en euros. El segundo inconveniente es el SIDA, cuya propagación ha inducido a muchos establecimientos a cerrar sus puertas a los extranjeros. Sin embargo, buena parte de las mujeres implicadas en el negocio del sexo son extranjeras y, por ello, más proclives, quizás, a aceptar clientes foráneos, eso sí, a precios japoneses.
Aunque la vida nocturna es, por regla general, segura, la prostitución, como en cualquier otro lugar, no lo es tanto. El sentido común aconseja ponerse en manos de un nativo o, al menos, de alguien que hable japonés y que conozca bien el panorama.
Tokio dispone de numerosas “zonas de entretenimiento para adultos”, en Shinjuku, Ikebukuro, Ueno, Shibuya, Ropppongi y Kinshicho. En algunos locales de alterne, las camareras (que por lo general no ejercen la prostitución) se sientan junto a los clientes varones, les sirven las bebidas y les dan conversación. Los establecimientos de gama alta pueden ofrecer música en directo y espectáculos en vivo. No es fácil encontrar camareras japonesas que hablen inglés y mucho menos español, pero no faltan aquellas que desean mantener una conversación en un idioma diferente al suyo.
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